miércoles, 22 de mayo de 2013

Como bicho

Giró lentamente en la silla de ruedas desde su viejo escritorio hasta la pared blanca al fondo del pasillo, sin prisa recorría su pequeña habitación y con una mueca de esfuerzo dibujada en el rostro alzó su torso y oprimió el interruptor en cuestión de segundos, de repente las luces de la casa se empezaron a encender paulatinamente, una tras otra: primero la sala, después la cocina y siguiéndole a esta el baño y su cuarto, donde nacían y morían las horas del día desde que iluminaba el sol por la mañana hasta que el amarillo rojizo  del ocaso le alertaba que se llegaba el fin de la jornada y paraba de escribir en la máquina que su padre le había regalado hace ya bastantes años y siempre hacer el mismo movimiento: girar las ruedas de la silla, atravesar el pasillo y oprimir el botón. Un libro reposaba sobre su regazo, "La metamorfosis" de Franz Kafka, él hubiera dado todo por despertar como Gregorio del mundo Kafkiano, convertido en un bicho gigante y escurrir su pegajoso y purulento cuerpo por las tuberías, grietas y campos abiertos del pueblo del que nada sabía y este al mismo tiempo desconocía de él, todos estos años, Diego intentaba ignorarlo y el pueblo lo ignoraba a él, a pesar de todo, sabía de hermosos valles con infinitos caminos pedrosos y jardines abandonados en los que la maleza, las ranas y otros habitantes de tan particulares ecosistemas habían asesinado la supuesta belleza que el hombre construía a su paso y devuelto a la suya propia, sabía de los altos árboles y sus melancólicos "rostros", inflados de savia y bellotas que caían de las ramas más altas...sabía muchas cosas de allá afuera, sabía tanto, pero no nunca había visto nada, desde niño atado al pórtico de su casa mientras su madre tejía y su padre araba, y ahora que se había quedado solo parecía no haber cambiado nada, sus piernas seguían igual de inmóviles, sus dedos tan ansiosos como antes por volver a la maquina de escribir  y el miedo por el paisaje tras la ventana que le exigía piernas o alas ...

 Pero, todos salieron aunque sea para morir... - susurró pensativo, postrado en la silla de ruedas aun frente al interruptor de luz , miró detenidamente su regazo y el libro que todavía seguía abierto, pensó por ultima vez en tan formidable historia y entonces, como si nada, se dejó caer al suelo y con su rostro adolorido contra la madera dedicó una ligera carcajada, presa de la adrenalina y la euforia usó sus brazos para arrastrarse fuera de aquellas paredes blancas, hacía el valle oscuro cuando la luna indica la juventud de la noche, sus brazos, sus dedos exasperados y el deseo era todo lo que tenía y siguió arrastrándose hasta deslizarse violentamente por las escaleras fuera de la casa y ahí, frente a él, con sólo levantar el rostro estaba el inmenso valle con una orquesta de insectos acariciando sus oídos con la mas dulce melodía, casi fúnebre, siempre viva, y así siguió hasta dar con un arroyo, arrastrando su pesado cuerpo entre rocas filosas y tierra húmeda, dejando un fino rastro de sangre que se encharcaba bajo su vientre herido cuando se detuvo a tomar aire, hizo un ultimo esfuerzo para levantar la mirada hacia el cielo, había recorrido el valle hasta el amanecer, se sentía como una mosca completando su tan corto pero fascinante ciclo de vida y en completo silencio dejó caer su rostro casi sin vida al suelo, oliendo las hierbas que crecían a su alrededor, observando la danza de grillos frente a él y como las luciérnagas se empezaban a apagar; entonces se convirtió en bicho en lo más profundo de su alma, un saltamontes quizá para saltar hasta las ramas o un escarabajo como en Kafka y esconderse bajo las rocas, Diego, que nunca fuiste crisálida, sé que habremos de morir todas las mañanas, para ser un bicho como tú, para que nos salgan piernas y nos crezcan  alas...




desconocido









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