jueves, 7 de marzo de 2013

Un relato disfórico - Ciudad de ahogo

Caminé horas, perdido, por toda Caracas, con los brazos entrecruzados y la mirada firme al sucio concreto, el oxígeno tóxico de los autos y la zona industrial, el aroma de las panaderías al costado de las callejuelas y los puestos ilegales de comida rápida se venían sobre mi, sofocado, escuchando las voces de furia y prisa, me detuve un par de veces en alguna esquina para respirar profundo, recuerdo haber pensado que mis pulmones actuaban como un gato atrapado en una caja y rasgaba el cartón para poder salir, el semáforo había cambiado y los autos comenzaron a detenerse, caminé lento en medio de la vía mientras acomodaba discretamente pero desesperado las fajas que apretaban mi pecho, tenía miedo, pensé que estaba preparado para salir otra vez, me sentí débil, derrotado y mareado...me desvié un poco del bullicio y encontré una pequeña plaza sin nombre, uno de los pilares abandonados de la vieja ciudad seguramente, era muy colonial, me sentí a gusto, por fin tranquilo, agradecí el hecho de que no hubiese nadie en la plaza, no había miradas, sólo estaba yo de nuevo conmigo mismo, seguía mareado pero el aire ahí era más puro, cerré mis ojos y descansé en una de las bancas viejas, dejé mi mente volar, olvidé por completo lo sofocante de las vendas en mi pecho y lo disfruté, olvidé las marcas en la piel, sonreí pues me di unos minutos para dibujarme un pecho plano y creerme lo, me di unos minutos para dejar de sentir dolor y dibujarme ahí, fuera de ese cuerpo, me dibujé como si fuera un muñeco de papel, tan ligero, de plastilina, tan moldeable y uno de carne, tan real. Tal vez si estaba listo para enfrentarme al mundo de nuevo, mientras sentía que la ciudad me golpeaba y me volvía débil, también pude observar aquellos hermosos colores que deleitaban mis pupilas cada vez que levantaba el rostro para mirar hacia adelante buscando valor, pude palpar las texturas cada vez que liberaba mis brazos de mi pecho que estaban aferrados a el para que nadie notara esos dos bultos que tanto me abatían, las vendas podían lastimar mi cuerpo pero me regalaban un instante de liberación, un instante en el que podía creerme que ya era todo lo que deseaba, que lo había alcanzado por fin, un instante de reposo en la constante batalla aquí adentro, yo voy a alcanzar todo aquello que anhelo, tal vez, esta ciudad de ahogo me está empezando a gustar, tal vez algún día ella me vea cambiar, me vea nacer de nuevo sobre la cuna de las hormonas, tal vez el panadero que me vende el almuerzo en aquel momento ya no me reconozca, esta ciudad de ahogo me ha herido, me ha maltrecho y aquí me he perdido, pero también he luchado y mis piernas me han obligado a caminar y caminar sin detenerme jamás, sin duda la ciudad de ahogo, en mi mente, es el lugar en el que me hago más fuerte.



imagen: Machinarium 












Dibujos a terceros

...dibujé, caras blancas y morenas, pero no me vi en ninguna de ellas, dibujé miles de escenas, dibujé hermosas montañas de arena, dibujé...y me encontré sentado bajo la tundra, acurrucado y dormido, furioso y perdido, soñé que me buscaba, soñé pero no encontré nada -

miércoles, 6 de marzo de 2013

El grito de Bianca

Sus pies blancos hacían crujir la madera, caminaba a paso lento mientras sentía el pesado olor a tiempo cargado de años, ciclos de luna y de sol. Intentó hacerse suyas las vidas que ahí se habían refugiado alguna vez, que por una noche habían dormido y no despertaron jamás, sus ojos descansaron en la oscuridad y escuchó...
 El lejano sonido del silencio, el mudo vacío...y una orquesta de ranas y grillos 

La lampara de aceite ya se había consumido...ahora se refugiaba en los verdes prados que dibujaba en   la oscuridad, como su hogar antes del cruel invierno. Ahí terminaban todos, los débiles, los enfermos y los que ya habían sido deshechos, todos...uno por uno, en completo silencio conocían los hermosos ojos del ángel. En una de las cuatro columnas iluminadas por la luna que se filtraba entre la madera, grabado por un cincel, cita: "Aquí Tánatos, el joven hermano...la muerte pacifica, suerte aquel que entre en este su hogar..." - pues no conocerán a Keres más allá de esto - terminó la cita en voz baja, ya la había escuchado antes, de pequeña, a todos los niños se les enseñaba aquella plegaria de leyenda...

Bianca había enfermado "del vomito necro" ...sin cura, sin oración, silencioso, lento y mortal que había despedazado a clanes completos, a los rebeldes del imperio, a los hijos de la casta, a los esclavos, a los civis libres y guerreros. Tribus enteras más allá de las montañas recorrían semanas y meses con sus enfermos a cuestas , el dulce canto del brujo y el lamento de la madre para dejarlos dormir por siempre en el templo de la muerte, en el frío suelo, sin comida ni agua, sus últimos días en completa oscuridad, en completo claustro bajo los pies de aquella plegaria...como Bianca, ya no podía escuchar los pasos de su maestro que la había dejado ahí, para dormir por fin, ya no podía escuchar nada. Los finos dedos acariciaban sus oídos sangrantes, ya estaba por descansar finalmente, ella lo sabía, su corazón latía más lento y nada dolía, cerró sus ojos nuevamente y susurró una antigua canción que su madre en las nevadas le había enseñado.."Grita...llora, hasta que la luna este llena, grita...llora y sonríe pues esta es la ultima vez" ... sus parpados se ciñeron sobre sí más pesados que antes, de piedra, ya había olvidado el frío y el vacío templo...oscuro, no podía sentir sus manos pero estaban húmedas, ella lo sabía, era su ultimo pensamientos...y sus piernas parecían desmembradas. Lentamente se dibuja una silueta roja en torno al cuerpo inerte de Bianca en medio de la oscuridad, sin ningún ruido, sin oposición, parecía una ofrenda macabra, era el grito desesperado de un cuerpo muerto..."He aquí Bianca, pues alcanzó el Tánatos, y este su hogar"