lunes, 22 de abril de 2013

El trato


- tic, toc, tic, toc - era un sonido hueco, vacío, antiguo, como él.

 ¿Tus miedos tienen nombre?, ¿ Les has dibujado rostro?  - las preguntas saltaban desde su memoria en imágenes crudas y cálidas...al azar pero perfectamente ordenadas.
Entonces aquel hombre respondió a la voz que gritaba de sus entrañas:
No, los horrores y  los recuerdos no deben tener nombre, es un viejo creer de mi patria, Alemania...superstición - el hombre se arrastró desesperado por el suelo, en la oscuridad ahogado en su propia sangre y apoyó sus casi cadavéricas manos en el frío concreto, sus labios estaban agrietados y pensó en aquella dulce fuente de agua cristalina, mágica y el poder, esa ultima bala, fue como soplar a una torre de naipes, tan frágil. Sólo tirar del gatillo bastó para dejar en ruinas el ultimo Imperio, su propia raza.
Asesino...- mencionó aquel ser entre risas mórbidas mientras del vacío infinito se abría paso creando caminos de piedra con el fino roce de sus manos - has escuchado el sonido de mi reloj, pobre Raymond, entonces ¿Este es el final? - preguntó con voz gélida, sin esperar respuesta.
El hombre dejó de arrastrarse y sintió las manos frías de sus tormentos hechos carne sobre su piel, abriendo cicatrices y empapando de un pútrido carmesí sus labios hambrientos de la bendita fuente de agua y ahogando sus pulmones, lo sentía en cada poro, por primera vez.
Desesperado, entre gritos y suplicas, se encontró con los inexpresivos ojos de aquel ser y se dio cuenta que esa debía ser la lucha ultima, a la que todos se enfrentaban al final de la vida y a las puertas de la muerte. Peleaba contra sus miedos más profundos, ahí, tirado en la nada, atormentado y sin poder ganar. Raymond, escupiendo la sangre que brotaba de su lengua, lleno de odio preguntó: ¡Lo entiendo! Eres el horror hecho carne ¡¿Qué más?! - gritó mientras sus lágrimas empapadas de ira desaparecían en la oscuridad.
Y sereno el ser respondió:
 También soy deseos e ilusiones, una figura deforme - la voz volvió a hacer eco en sus pensamientos y el hombre quedó paralizado - en tu desquiciado corazón, que parece muerto, aun hay deseos...por eso estas sediento en la noche y en el día, deseas, Raymond, deseas. No eres muy diferente a los otros, cuando cae el ultimo pétalo y les desgarra la ultima espina, vienen a mi  o ¡¿yo voy a ellos?! -  el grito burlón imitó la voz desesperada del Ario .
 Sólo nómbrame - le susurró piadoso, satisfecho- ... y serás parte de mi.
Entonces, Raymond cerró sus ojos, ahogado en su propia locura y arrullado como un niño por la voz de sus tormentos, aceptó.
Ahora el demonio no era más una sombra deforme, Raymond en la batalla perdida contra si mismo, le había dibujado un rostro y le había dado un nombre  y pudo verlo, de carne y hueso, "...tú risa es como la mía, está llena de dolor" - pensó el moribundo hombre.
Se arrastró ciego buscando a sus propio demonio como un perro que busca a su amo, en voz baja y débil, inundada por la sangre de sus propia lengua pronunció por primera vez el nombre de sus miedos más profundos:... Julien - dijo en ruego y odio - llévate ese deseo que yace solo en mi corazón y dame a cambio algo de tu tiempo en ese maldito reloj... -
¡Pero, si soy la muerte! - rompió la voz en roncas carcajadas y entre murmullos dijo - soy un ciclo y todos los ciclos viven para tener que ser enterrados, como tu preciosa hija. Pero... - añadió con el reloj dorado entre sus manos - ¡Bienvenido seas Raymond Payne, este es el juego de las agujas de mi reloj! -  y la voz terminó fundida en el crujir de la madera podrida.
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Los ojos del hombre se abrieron desorbitados en completa desesperación, ¿Habría sido un sueño?, unos copos de nieve caían sobre sus dedos, ya no sangraba ni sentía sed, se quedó tumbado por unos minutos más, con  la mirada perdida en el retrato grotesco del demonio preso dentro de su mente, y con una sonrisa tan gélida como aquel cruel invierno, se dio cuenta que ya no sentía nada...
Julien - mencionó para sus adentros, sin poder sentir el frío ni tampoco su propio tacto, mientras se levantaba del suelo y crujían sus huesos, sacudía el polvo y la nieve de su traje - ¿Porqué aceptaste algo tan miserable como mis deseos? -